LEVANTAMIENTO GENERAL . Destellos de una Intifada Árabe.
Por Rodrigo Karmy Bolton(Doctor en Filosofía)
“El mundo árabe sólo ha conocido una revolución, la revolución nacional, en la que confluyeron algunas otras: intelectual (nacimiento del individuo y de la persona), social (nacimiento de la democracia), económica (nacimiento del cálculo social y de la preocupación por la producción): pero, debido a esta confusión de objetivos y aspiraciones, ninguna de ellas se ha realizado verdaderamente. Abdallah Larui.
Mientras los arabistas, los politólogos y los medios de comunicación se ocupaban extensamente del supuesto “choque de civilizaciones”, los árabes les han tomado por sorpresa. Nada parece haberla anunciado, aunque hace décadas todos los indicadores mostraban la progresiva pauperización de las sociedades árabes. Sin embargo, lo que queda claro hoy es que la relación entre dichos indicadores y un posible levantamiento general como el que estamos presenciando hoy, no es de ninguna manera necesaria. Ninguna “ley de la historia” podría haber determinado aquello, ni ningún “saber” podría haberlo predecido. Más bien, el levantamiento tiene lugar como el acontecimiento de lo político con la que los árabes han interrumpido el feliz carro de la Historia. Hace años atrás, el pueblo palestino –que no es sino la “vanguardia” de los pueblos árabes- le dio un nombre a dicho acontecimiento: intifada, esto es, una rebelión de carácter popular cuya característica no es la de la fundación de nuevas instituciones (como ocurre con la revolución), sino mas bien, en la de su revocación radical en la forma del boicot a la ocupación israelí. El levantamiento general árabe es, en este sentido, una intifada cuyo efecto más prístino será el de haber abierto una brecha a través de la cual se vuelve posible contemplar la historia árabe de los últimos trescientos años como una sola catástrofe.
Museo.
El acontecimiento de la intifada árabe visibiliza al mentado “patrimonio cultural de la humanidad”, visibilizado en la forma museo, como parte de dicha catástrofe. Por eso, ahora que la intifada ha tenido lugar, podemos preguntar ¿qué es el patrimonio cultural de la humanidad sino el “botín” que se llevan las potencias occidentales después de años de expropiación? ¿Que es el “patrimonio” sino la expropiación de un pasado y su acumulación museística en la forma de la equivalencia general? Diremos que, en particular en Egipto, la intifada árabe ha debido desactivar al dispositivo museo. La museificación es un movimiento que sacraliza a los objetos del mundo e impide, con ello, su uso en común. La sacralización de dichos objetos no es más que la fetichización de los mismos en la forma general de la mercancía propia del mercado mundial. Con ello, el pasado deja de constituir una fuerza histórica en común, para volverse un pasado historiográficamente datable. La fuerza histórica del pasado es capturada por el museo convirtiéndola en un mero objeto que se ofrece a un conjunto de saberes. Allí, la museificación del pasado será lo que dará origen al orientalismo que, como bien señalaba Said, se presenta como un conjunto de saberes sobre Oriente capaces de gobernarle. Si la intifada árabe comenzó con un “saqueo” no es porque dichas acciones hayan sido conducidas por delincuentes, sino más bien, porque expresaban nada más ni nada menos, que la profanación de un lugar sagrado, la ruptura de la intifada para con el orientalismo del dispositivo museo. Toda intifada que se preste de tal tendrá que profanar el dispositivo museo. Sobre todo Egipto que, como tal, parece exhibirse como un verdadero país museo. En efecto, durante los primeros días de la intifada en Egipto, los medios de comunicación occidentales, se horrorizaban con los “saqueos” a los museos. Sin embargo, nada decían, ni nada dijeron nunca, sobre los asesinatos, prisioneros políticos, exiliados y desaparecidos que abundaron durante todo el régimen de Mubarak. Es como si, para ciertas cadenas informativas, Egipto sólo tuviera sentido como museo. Egipto, totalmente adecuado a la imagen orientalista de haber tenido un gran pasado y un pobre presente. La intifada egipcia ha conmocionado a dicho dispositivo: el pasado y el presente están co-existiendo en la vida del propio movimiento. De ahí que, frente a la sacralidad de los objetos sometidos al dispositivo museo (que como tales, no se pueden tocar, ni usar), la intifada egipcia ha dicho: Egipto no es un museo, sino un pueblo vivo. Ello no significa, en cambio, que la intifada egipcia simplemente haya destruido el dispositivo museo para siempre. Más allá de ello, los propios ciudadanos se han organizado para resguardar el museo de los saqueos promovidos por las mafias, en la medida que éstas, roban perpetuando la forma mercancía. Ello muestra que el pueblo egipcio está sacudiendo el pasado construido por el orientalismo de las potencias occidentales que incorporaron el dispositivo museo desde la invasión napoleónica a Egipto. Por eso, los primeros saqueos a los museos, constituye la signatura que traza las posibilidades de una nueva apropiación del pasado por parte del pueblo egipcio, mostrando cómo es que una intifada de estas proporciones necesariamente consiste en un cambio radical de un pueblo respecto de su pasado histórico. La reciente renuncia de Hawass, famoso arqueólogo egipcio y ministro de cultura y designado por el régimen de Mubarak, indica que la intifada egipcia está luchando para con su propio pasado en función de la apropiación de su fuerza histórica.
Policía.
Pero una intifada no sólo debe profanar al dispositivo museo, sino también, al dispositivo policía cuyas redes se tejieron por años para apuntalar al trono de Mubarak. Así, a principios de Marzo, en el barrio residencial de Medinet Nasr cientos de manifestantes egipcios ingresaron a la sede de la policía para apoderarse de documentos que registran con detalle las actividades de los organismos de seguridad. Acusados de torturas sistemáticas, persecución, desaparición y encarcelamiento de ciudadanos, la policía se aprestaba a quemar dichos documentos para borrar todo registro de estas actividades. La intifada egipcia tiene absolutamente claro que no pueden abrirse espacios democráticos si es que no se desactiva el poder de la policía. Que el problema de la policía sea central en las nuevas formas de la intifada árabe, se advierte en la importancia que tenía para el régimen de Mubarak, Omar Suleiman, jefe de la policía egipcia. Asimismo, la lucha en Túnez parece concernir al modo en que las otrora fuerzas de seguridad se han constituido en grupos de asalto sobre la población que parecen intentar multiplicar la sensación de inseguridad en función de que la propia población termine extrañando al otrora Estado policial de Ben Ali. En otros términos, la intifada parece tener claridad que la urgencia es la desactivación de las redes policíacas que el “antiguo régimen” parece haber dejado como herencia. Porque la intifada árabe sólo podrá prosperar si desactiva las redes policiales y se convierte, esencialmente, en un movimiento anti-policial. Al respecto, tenemos dos antecedentes importantes: en primer lugar, en Egipto se impidió que Suleiman liderara la transición política, en segundo lugar, en Túnez los manifestantes rechazaron que Ganuchi integrara el consejo de la transición.Pero, la dimensión policial no se agota en la política interior a los países, sino que se expande en las formas hegemónicas con las que las fuerzas de EEUU ejercen su poder. Si la seguridad es el paradigma de la política actual, los EEUU hace ya tiempo que no operan como ejércitos regulares sino como operaciones globales de policía. Así, sobre los EEUU no habría que preguntar si van a intervenir o no, sino cómo. Porque EEUU ya está operando hace tiempo. Puso a Mubarak e intentó sacarlo para conservar intacto sus intereses. Claramente, éstas han tenido un rol decisivo en la configuración de las dictaduras árabes, tanto en su apuntalamiento policíaco, como en su subyugación a las políticas israelíes. Desde el primer minuto, los EEUU han estado presentes. Tanto para apoyar a Mubarak, como, después, para apoyar a los manifestantes. En este último punto, la intifada se ha ganado a los EEUU, pero ¿tendrá EEUU la capacidad de ganarse a dicha intifada? Algo de esto parece avizorarse en Libia: las fuerzas rebeldes parecen estar divididas entre aquellas que parecen haber decidido seguir solas y otras que están por recibir apoyo de armamento norteamericano que les permita contrarrestar los ataques de Gadhafi. Sin embargo, el peligro es éste: que el apoyo de los EEUU (operando desde la OTAN con el apoyo moral y jurídico de la ONU, pues la administración Obama no se atrevería al modelo “monárquico” desplegado por Bush, sino al modelo “multilateral” prometido en campaña) pueden producir un efecto de deslegitimación de la intifada árabe, haciendo pasar dicho movimiento como una invasión extranjera para terminar dándole razón al otrora nacionalismo de Gadhafi. ¿No sería el momento que los revolucionarios árabes de Egipto y Túnez solidaricen políticamente con sus pares libios? ¿Como hacerlo si aún egipcios y tunecinos inician una transición y las antiguas redes de los regímenes anteriores siguen merodeando los asientos del poder? Más aún, el posible ingreso de los EEUU a Libia significará reproducir el “modelo” iraquí, según el cual, la única manera de entrar en el negocio petrolero es invadir “estabilizando” normativamente la zona que el gobernante “amigo” ya no puede estabilizar. Obama tendrá la legitimidad internacional suficiente para esconder el oscuro negocio bajo el discurso sobre los derechos humanos, al punto, de hacer aparecer esta intifada árabe como una verdadera revolución liberal que pone fin al último bastión dictatorial de los países árabes. En efecto, las empresas petroleras presentes en Libia son españolas, rusas, chinas, e italianas, pero no norteamericanas. ¿No sería ésta una buena oportunidad para aplicar el “modelo iraquí” y dar curso al business petrolero nuevamente? Islam. Se podría decir que todo el siglo XX es el siglo en que el islam se convierte, progresivamente, en un discurso político. Sobre todo después de 1967 y, en particular, desde la Revolución islámica de irán en 1979, el islam se ha convertido en el discurso político por excelencia de los últimos 30 años en el mundo árabe. Situación que se radicaliza cuando, en el año 2006, Hamas –facción política de los Hermanos musulmanes en Palestina- gana las elecciones parlamentarias. Con ello, el islam sustituye al otrora discurso pan-árabe articulado por Nasser por un discurso pan-islámico que, dependiendo de los lugares en que circunscribe su presencia, se hace cargo del discurso de resistencia, anti-colonial y nacional. La politología occidental, dedicada al mundo árabe había comenzado a interiorizarse en la dimensión política del islam. Véase, por ejemplo, el clásico libro de Bernard Lewis El lenguaje político del islam (publicado a fines de los años 80) o de Samuel Huntington El choque de civilizaciones para terminar en el discurso de Obama en la Universidad de Al Azhar en El Cairo donde decía: “(...) he venido hasta aquí para buscar una nueva relación entre EEUU y los musulmanes (...)” en el año 2009. Como se ve, por un largo tiempo un enorme contingente de “saberes” se orientaron a comprender la raíz política del islam. Algunos entrando en la forma del “choque de civilizaciones” otros en la forma de su “diálogo”, pero, en cualquier caso, el nuevo sujeto político de la politología neo-conservadora parecía ser la “civilización”. La intifada árabe terminó mostrando que el islam político está en retirada. Al respecto es decisivo que sea en Egipto donde ello ocurra, toda vez que ha sido Egipto la cuna de los Hermanos musulmanes. Su retirada en esta intifada se debe, básicamente, a su concesión al régimen de Mubarak, así como su negativa a sumarse inmediatamente a la emergente intifada. Mas aún, diremos que el islam político nunca ha prendido sustantivamente en el mundo árabe y que, si bien éste sigue siendo un actor importante al interior de las fuerzas árabes contemporáneas, nunca ha sido tan importante como Occidente dio en creer. De hecho, el caso palestino muestra exactamente esto: que el triunfo de Hamas no fue otra cosa que una derrota de Al Fatah y que la fuerza del primero reside no tanto en el discurso islamista, sino mas bien, en la apropiación de las demandas nacionalistas palestinas frente a las que el Fatah pareció haber renunciado por largo tiempo. Quizás, el caso de Arabia Saudita sea, en este sentido, una excepción y en ningún caso, la regla. A esta luz, la intifada árabe quizás ha mostrado que el “saber” occidental en torno al islam montado en las últimas tres décadas, no era más que la estrategia gubernamental que intenta posicionar a los EEUU en la forma de una policía global después de la caída del Muro de Berlín. Así, la intifada árabe ha denunciado a la politología (con sus conceptos, sus estadísticas, sus proyecciones) como un aparato de normalización global de las formas políticas. En otras palabras, ha mostrado a la politología como una estrategia gubernamental global que normaliza en base a la instalación policial de lo que esa misma politología da en llamar “democracia” y que en el caso de los países árabes, no ha constituido más que una fachada para la explotación incondicionada del petróleo.
Palestina.
La expansión de esta intifada traerá enormes cambios a nivel regional. Uno de ellos será preguntarse por el lugar de Israel en el nuevo contexto regional. ¿Aceptará la intifada árabe egipcia mantener el status quo de los tratados internacionales que Egipto tiene para con Israel? ¿No es Egipto mismo, quien amenaza a la hegemonía israelí en la región? En efecto, cuando Israel se plantea como la “única democracia en Medio oriente” significa dos cosas. En primer lugar, que frente a las dictaduras que el propio Israel conjuntamente con los EEUU han podido sostener en los países árabes, Israel constituye una “democracia” liberal para los ciudadanos israelíes. En segundo lugar, dicha afirmación significa que Israel pretende ser el “único” aliado de los EEUU y que, por tanto, le interesa mantener gobiernos dictatoriales y serviles a su propio poder hegemónico. Aquí nos encontramos con un detalle no menor. Las manifestaciones en Egipto han estado acompañadas de diversos carteles que el periodismo no necesariamente subraya. En particular, pancartas de Nasser y carteles que superponen la estrella de David con la svástica nacionalsocialista. Todo ello, indica que en toda esta intifada árabe la cuestión palestina constituye el núcleo de la revuelta. “Núcleo”, en tanto ello determina la hegemonía israelí en la región. De hecho, es sabido que sobre todo Netanyahu, ha sido uno de los más interesados en conservar a Mubarak en el poder. La cuestión palestina es, así, el núcleo de la intifada árabe, porque a Israel le interesa mantener la exclusividad de su “democracia” en la región. ¿Estamos asistiendo al fin de un ciclo político que comienza en 1967 y culmina en el 2011 con el cuestionamiento de la hegemonía israelí en la región? Pues ¿que ocurriría con Israel si Turquía y Egipto arman un nuevo referente regional?Quizás ahora más que nunca, la antigua fórmula leninista, según la cual, habría que dar “todo el poder a los soviets” sería necesario citarla de otra forma: todo el poder a las intifadas. Todo el poder a esta rebelión popular cuya singularidad parece no mostrar signos de agotamiento. A diferencia de la auto referente glorificación mediática, según la cual, la intifada árabe habría sido articulada desde las redes de internet, habría que decir que si bien éstas redes fueron importantes éstas no fueron decisivas. Ello, porque la intifada árabe se apuntala desde las paupérrimas condiciones económicas, sociales y políticas que atraviesan a gran parte de los países de la región, desde la cual salta una rebelión popular a través de la cual los jóvenes de una burguesía profesional, sin espacios de desarrollo en sus respectivas sociedades, se han podido arrimar para colaborar. Todo el poder a la intifada ha de ser la única fórmula que mueva a los árabes y a nosotros hoy. En ella se atisba la política de lo por venir. Una política para cuyo por venir se ha reservado su más vivo pasado.
7 de Marzo de 2011.
Revuelta en los países árabes: la hora de Palestina.
Por Nancy Falcón (Lic. en Ciencias Políticas)
La historia de las sociedades no está determinada de antemanopor un dogma inmutable, ni por fatalidades genéticas ogeográficas. Ella es el fruto de una invención cotidiana dondese confrontan y se entremezclan lo subjetivo y lo objetivo.
B. Ghalioun
Primero fue Túnez con la caída de Ben Ali, luego Egipto, Yemen y Bahrein a la distancia. Por estos días se escucha en Amman, Jordania, el reclamo de más de diez mil personas por la reforma del régimen de gobierno. Libia en estado de caos.El mundo occidental mira con ojos atónitos lo que esta ocurriendo en el mundo árabe. De fondo, el peligro del fundamentalismo islámico que la prensa occidental tanto supo imprimir en el imaginario social. Lo cierto que es existe un denominador común en las revueltas de estos países, un mismo molde forjado durante años y que ha hecho estallar en revueltas a sus sociedades que ya no se identifican con sus gobernantes: dictaduras que llevan ya muchos años en el poder; la persecución de las minorías disidentes –ahora convertidas en mayorías– y gobiernos corruptos que aumentan su poderío económico aplicando políticas neoliberales que hunden en la pobreza, el desempleo y la desesperación al mayor porcentaje de la población.
Es acertado preguntarse: ¿por qué empezaron estas revueltas? Podemos hipotetizar diferentes causas tanto políticas y sociales como económicas. Lo cierto es que el problema central que se deja ver por detrás de estos conflictos es la cuestión de Medio Oriente: el papel que jugaron estas dictaduras en apoyo a Israel con su dominación del suelo palestino y el aval incondicional de Estados Unidos a estos gobiernos de facto que los sostuvo durante años. Relaciones y sostenes que fueron vistos con malos ojos por las propias sociedades de los países árabes, especialmente la afinidad con su vecino más poderoso y despiadado.Si existe algo común en las revueltas del mundo árabe es que, por un lado, es la juventud la que tomó el estandarte de la protesta, y, por otro, que se caracterizan por ser transversales, ya que en ellas están involucradas las diferentes clases sociales. Aquí no es la religión la que toma un papel central como sí ocurrió en la revolución iraní treinta años antes: en Egipto uno de los símbolos de la revuelta es la medialuna y la cruz. Tanto musulmanes como cristianos y movimientos laicos salieron a las calles para manifestar contra un régimen que los privaba de libertades y derechos. Lo que los une es un pedido simple y claro: una democracia más o menos convencional. Este pedido les da valor, los enardece, les hace arriesgar la vida en ello.Ante este escenario, Estados Unidos oscila entre el apoyo, en un primer momento, a estos regímenes dictatoriales–que tanto han colaborado con la política exterior y la economía norteamericana en tiempos anteriores– y luego, viendo el transcurso de los acontecimientos, el acercamiento a las multitudes en favor de una “democracia” –controlada, bajo el ala estadounidense-. Se trata de la política del zigzag que parecería rezar “si no puedes vencerlos, únete a ellos”.Sin embargo, no se debe pensar que estas revueltas surgieron espontáneamente desde la nada, por el contrario, son movimientos que se han venido gestando con anterioridad tanto en jóvenes como en trabajadores descontentos con el régimen de turno. Estas huelgas y protestas de los trabajadores pasaron desapercibidas para la comunidad internacional, para quienes los pueblos árabes eran considerados por naturaleza actores políticamente sumisos e ineptos para adoptar regímenes democráticos (1). Ya en el año 2002 un informe de la ONU sobre Desarrollo Humano en las naciones árabes señalaba que los atrasos más importantes en estas sociedades eran en materia de educación y libertad, pero esto no podía anticipar el desencadenamiento de los hechos que vivimos en la actualidad.Sin embargo, hay diferencias en los acontecimientos ocurridos en estos países. En Egipto, fue el ejercito el que evitó sabiamente los enfrentamientos callejeros uniéndose a los manifestantes, cuando ya el poder de Mubarak era tiempo pasado; en Yemen, la mayoría de los manifestantes son universitarios y docentes que piden un cambio de régimen, al igual que en Jordania; en Bahrein, la monarquía sunnita busca sostenerse aún enfrentándose a la población, mayoritariamente chiíta, que lucha por un cambio radical de este gobierno neocolonial surgido bajo el auspicio de Gran Bretaña.Por último Libia, país que a diferencia de Egipto y Túnez, es una potencia petrolera aliada del Estados Unidos de Bush y su “guerra contra el terror”, tiene como dirigente político al dictador corrupto y enormemente represivo, Muamar Khadafi, quien ha dejado atrás los años de líder revolucionario impulsor de una reforma agraria y nacionalización del petróleo para abrirle paso a la instauración de las políticas neoliberales dictadas por el FMI y al establecimiento de la corrupción dentro de su gobierno, claramente apoyado tanto económica como políticamente por Estados Unidos y Europa. Hoy en la calles de Libia pueden leerse los carteles que demandan a Estados Unidos y la OTAN la no intervención: “Gracias pero nosotros podemos tener por nuestros medios una democracia”. En una rueda de prensa en Bengasi, el portavoz del nuevo Consejo Nacional Transicional Libio, abogado en derechos humanos, Andel- Hafidh Ghoga aseguró: “Estamos contra toda intervención extranjera o intervención militar en nuestros asuntos internos… Esta revolución será completada por nuestro pueblo”.Parece que los líderes de estas nuevas revueltas no olvidan el pasado de las intervenciones en nombre de la “restauración del orden” y “los derechos humanos”; no olvidan la historia de los Balcanes, Irak y el reciente Sudan, en donde la lógica del “divide y reinarás” esta a la orden del día.Tampoco se puede perder de vista el papel que están jugando en estos países los movimientos islámicos organizados políticamente desde hace tiempo y que, por el momento, se han mostrado participado en pie de igualdad respecto a las coaliciones de fuerzas laicas y democráticas. En Túnez el movimiento islamista se mostró discreto en su accionar ya que fue prontamente neutralizado con una feroz represión por parte del gobierno. En el caso de Egipto, los Hermanos Musulmanes parecen “correrse” de la escena política manifestando el deseo de no presentar ningún candidato para las elecciones presidenciales de septiembre, aunque públicamente Essam El Errian, uno de sus dirigentes, manifieste el deseo de establecer un “Estado civil de referencia religiosa”. (2) Sin protagonismo en estos movimientos de protesta, las organizaciones islámicas se encuentran igualmente presentes. No es un dato menor que sea el viernes después de la oración del mediodía (el día más importante en la religión islámica) el espacio elegido por los manifestantes para desarrollar sus reclamos, espacio en el cual la ira y el dolor se combinan de una forma particular.Sin embargo, no debe perderse de vista el factor clave que juega un papel geopolítico importantísimo en este escenario internacional: la cuestión Palestina. Ante los acontecimientos Netanyahu y Lieberman se preguntan por el futuro regional. Mubarak era el hombre fuerte de Egipto que encajaba en la estrategia de Tel- Aviv en la región, el aliado incondicional de Israel que miraba para otro lado cuando el pueblo palestino golpeaba sus puertas desgarrado por los tanques israelíes. Lamentablemente para Israel el dictador egipcio fue derrocado por su propia gente, que lejos de aceptar las buenas relaciones con Estados Unidos, cada vez que pudo expresó su solidaridad con el pueblo palestino. Ahora tendrá que lidiar con el peligro de dejar librado al azar la configuración de las relaciones de fuerza en la región: con Jordania a punto de estallar, Libia casi impredecible e Irán con más fuerza que nunca. Cabe preguntarse ante este escenario si la juventud de Cisjordania y Gaza se animará también a tomar las calles palestinas expresando sus aspiraciones de mayor libertad y justicia, tanto ante sus dirigentes como ante el ejército israelí que ocupa ilegalmente sus territorios. Lo peor que puede ocurrirle a Israel es ser reemplazado como potencia regional, en un futuro no muy lejano. Si Turquía –democrática- lograra unirse estratégicamente con un régimen constitucional que surgiera en Egipto y luego con países como Siria y el Líbano, Israel dejaría de ser la “única democracia de Medio Oriente”, papel que le ha venido muy bien para negociar con estos regímenes dictatoriales prooccidentales que no representaban en forma alguna las voluntades de sus respectivos pueblos.Quizás sea tiempo para Israel de dejar atrás la política que promulgaba Oded Yinon para Oriente Medio, aquel “divide y reinarás”. Las actuales agitaciones en el mundo árabe parecen no responder a su guión. Quizás sea hora de hablar de una cuestión, por años relegada y tan inevitable: la creación del Estado palestino y el cese de los asentamientos, prohibidos por derecho internacional. Detrás de las voces de los jóvenes de la plaza de Tahrir y de tantos otros que hoy reclaman libertad y democracia en el mundo árabe, está la voz del pueblo palestino que busca sin gritar, ante la mirada ausente de la comunidad internacional, la justicia que tanto se hace esperar.NOTAS
(1) Vease “Les révoltes populaires arabes et le destin de la Méditerranée”. La Vanguardia le 13 février 2011. Georges Corm.(2). Vease “Al-Ikhwan al Muslimun: Narfud al –Dawla al Diniyya li ana dud al-islam”, Ikhwan online, 9-2-11 (www.ikhwanonline.net).
La chispa que incencia la llanura | Alain Badiou
El viento del este prevalece sobre el viento del oeste. ¿Hasta cuándo el Occidente ocioso y crepuscular, la “comunidad internacional” de quienes se creen todavía los amos del mundo, va a seguir dando lecciones de buena gestión y buena conducta a todo el planeta? ¿No es ridículo ver a algunos intelectuales de turno, soldados derrotados del capitalismo-parlamentarismo que sirve de paraíso apolillado, entregar su vida a los magníficos pueblos tunecino y egipcio, con el fin de enseñar a esos pueblos salvajes el abc de la “democracia”?
¡¿Qué preocupante persistencia de la arrogancia colonial! En la situación de miseria política en la que estamos desde hace tres décadas, ¿no es obvio que somos nosotros los que tenemos todo que aprender de las sublevaciones populares de esta hora? ¿Acaso no debemos examinar minuciosamente con toda urgencia todo lo que allá ha hecho posible, por la acción colectiva, el derrocamiento de gobiernos oligárquicos, corruptos, y además –y quizás sobre todo– en situación de vasallaje humillante con respecto a los estados occidentales? Sí, debemos ser los alumnos de estos movimientos y no sus estúpidos profesores. Porque son ellos los que dan vida, con el espíritu propio de sus descubrimientos, a algunos principios de la política de cuya obsolescencia intentamos convencernos desde hace mucho. Y, sobre todo, al principio que Marat no se cansaba de recordar: en cuestiones de libertad, igualdad y emancipación, le debemos todo a los levantamientos populares. Tenemos derecho a rebelarnos. Así como, en la política, nuestros estados y aquellos que sacan provecho de ella (partidos, sindicatos e intelectuales serviles) prefieren la administración; en la rebelión, prefieren la reivindicación, y en toda ruptura, la “transición ordenada”, lo que los pueblos de Túnez y Egipto nos recuerdan es que la única acción que corresponde a un sentido compartido de ocupación escandalosa del poder del Estado es el levantamiento en masa. Y en este caso, la única consigna que puede unir a los elementos dispares de la multitud es: “Tú que estás allí, vete”. En este caso, la importancia excepcional de la revuelta, su poder decisivo, es que la consigna repetida por millones de personas, da la medida de lo que será, indudable e irreversiblemente, la primera victoria: la huida del hombre así señalado. Pase lo que pase después, este triunfo de la acción popular, ilegal por naturaleza, habrá sido para siempre victorioso.
¡¿Qué preocupante persistencia de la arrogancia colonial! En la situación de miseria política en la que estamos desde hace tres décadas, ¿no es obvio que somos nosotros los que tenemos todo que aprender de las sublevaciones populares de esta hora? ¿Acaso no debemos examinar minuciosamente con toda urgencia todo lo que allá ha hecho posible, por la acción colectiva, el derrocamiento de gobiernos oligárquicos, corruptos, y además –y quizás sobre todo– en situación de vasallaje humillante con respecto a los estados occidentales? Sí, debemos ser los alumnos de estos movimientos y no sus estúpidos profesores. Porque son ellos los que dan vida, con el espíritu propio de sus descubrimientos, a algunos principios de la política de cuya obsolescencia intentamos convencernos desde hace mucho. Y, sobre todo, al principio que Marat no se cansaba de recordar: en cuestiones de libertad, igualdad y emancipación, le debemos todo a los levantamientos populares. Tenemos derecho a rebelarnos. Así como, en la política, nuestros estados y aquellos que sacan provecho de ella (partidos, sindicatos e intelectuales serviles) prefieren la administración; en la rebelión, prefieren la reivindicación, y en toda ruptura, la “transición ordenada”, lo que los pueblos de Túnez y Egipto nos recuerdan es que la única acción que corresponde a un sentido compartido de ocupación escandalosa del poder del Estado es el levantamiento en masa. Y en este caso, la única consigna que puede unir a los elementos dispares de la multitud es: “Tú que estás allí, vete”. En este caso, la importancia excepcional de la revuelta, su poder decisivo, es que la consigna repetida por millones de personas, da la medida de lo que será, indudable e irreversiblemente, la primera victoria: la huida del hombre así señalado. Pase lo que pase después, este triunfo de la acción popular, ilegal por naturaleza, habrá sido para siempre victorioso.
Que una rebelión contra el poder del Estado pueda ser absolutamente victoriosa es una enseñanza de alcance universal. Esta victoria señala el horizonte sobre el cual se destaca toda acción colectiva que se sustrae a la acción de la ley, aquello que Marx denominó “la decadencia del Estado”. A saber, que un día, libremente asociados en el despliegue de la potencia creadora que poseen, los pueblos podrán arreglárselas sin la funesta coerción del Estado. Es por esto, por esta idea última, que en todo el mundo un levantamiento que echa abajo una autoridad instalada provoca un entusiasmo sin límites.
Una chispa puede incendiar la llanura. Todo comienza con la inmolación por el fuego de un hombre reducido al desempleo, a quien se le quiere prohibir el miserable comercio que le permite sobrevivir y a quien una mujer policía abofetea para hacerle entender aquello que en ese bajo mundo es real. En días, en semanas, ese gesto se extiende a millones de personas que gritan su alegría en una plaza lejana y reclaman la partida apresurada de poderosos potentados.
¿De dónde viene esta fabulosa expansión? ¿Es la propagación de una epidemia de libertad? No. Como dice poéticamente Jean-Marie Gleize, “un movimiento revolucionario no se extiende por contagio sino por resonancia. Algo que se forma aquí resuena con la onda de choque emitida por algo que se forma allá”. A esta resonancia llamémosla “acontecimiento”.
El acontecimiento es la brusca creación, no de una nueva realidad, sino de un sinnúmero de posibilidades. Ninguna de ellas es la repetición de lo ya conocido. Por eso, es oscurantista decir que “este movimiento reclama democracia” (se sobreentiende que es aquella de la que gozamos en Occidente) o “este movimiento reclama mejoras sociales” (se sobreentiende que es la prosperidad promedio del pequeño burgués occidental). Salido prácticamente de la nada, el levantamiento popular resuena por todos lados y crea para todo el mundo posibilidades desconocidas. La palabra “democracia” casi no se pronuncia en Egipto. Se habla de un “nuevo Egipto”, de un “verdadero pueblo egipcio”, de asamblea constituyente, de cambio total de vida, de posibilidades inauditas y antes desconocidas. Se trata de la “nueva llanura” que llegará allí donde ya no está aquella a la que la chispa del levantamiento finalmente prendió fuego.
Esta llanura que vendrá se encuentra entre la declaración de una inversión de las fuerzas y la de un hacerse cargo de nuevas tareas. Entre lo que dijo un joven tunecino: “Nosotros, hijos de obreros y campesinos, somos más fuertes que los criminales”; y lo que dijo un joven egipcio: “A partir de hoy, 25 de enero, me hago cargo de los asuntos de mi país”.
El pueblo, sólo el pueblo, es el creador de la historia universal. Es sumamente sorprendente que en nuestro Occidente los gobiernos y los medios de comunicación consideren que los revoltosos de una plaza de El Cairo son “el pueblo egipcio”. ¿Cómo es esto? Para ellos, el pueblo, el único pueblo razonable y legal, ¿no se reduce en general a la mayoría de una encuesta o a la de una elección? ¿Cómo es que de repente cientos de miles de revoltosos son representativos de un pueblo de ochenta millones de personas? Esta es una lección para no olvidar, que no olvidaremos. Pasado cierto nivel de decisión, obstinación y coraje, el pueblo puede concentrar su existencia en una plaza, una avenida, unas fábricas, una universidad … El Mundo entero será testigo de ese coraje, y sobre todo de las sorprendentes creaciones que lo acompañan. Esas creaciones serán la prueba de que un pueblo se mantiene allí. Como dijo un manifestante egipcio: “Antes yo miraba la televisión, ahora es la televisión la que me mira a mí”.
En el arranque de un acontecimiento, el pueblo se compone de aquellos que saben cómo resolver los problemas que el acontecimiento les plantea. Como en la ocupación de una plaza: alimento, lugar para dormir, vigilancia, pancartas, plegarias, combates defensivos, de tal forma que el lugar donde sucede todo, el lugar que se convierte en símbolo, quede reservado al pueblo a cualquier precio. Problemas que, con centenares de miles de personas venidas de todas partes, parecen insolubles, y tanto más cuanto que el Estado ha desaparecido.
Resolver sin ayuda del Estado problemas insolubles es el destino de un acontecimiento. Y es esto lo que hace que un pueblo, de repente y por un tiempo indeterminado, exista allí donde decidió unirse. Sin movimiento comunista, no hay comunismo. El levantamiento popular del que hablamos manifiestamente no tiene partido ni organización hegemónica ni dirigente reconocido. Ya habrá tiempo de evaluar si esta característica es una fortaleza o una debilidad. En cualquier caso, es esto lo que hace que, en una forma muy pura, sin duda la más pura desde la Comuna de París, tenga todos los rasgos de lo que es necesario denominar un comunismo de movimiento. “Comunismo” quiere decir aquí: creación en común del destino colectivo. Este “común” tiene dos rasgos particulares.
Primero, es genérico, porque representa, en un lugar, a toda la humanidad. En ese lugar, están todas las clases de personas de las que se compone un pueblo, todas las voces son escuchadas, toda propuesta analizada, toda dificultad tratada por lo que es.
Segundo, supera todas las grandes contradicciones que, según el Estado, él es el único capaz de manejar, sin llegar nunca a dejarlas atrás: entre intelectuales y trabajadores manuales, entre hombres y mujeres, entre pobres y ricos, entre musulmanes y coptos, entre los habitantes de las provincias y los habitantes de la capital … Miles de nuevas posibilidades, relacionadas con estas contradicciones, surgen en todo momento, posibilidades a las que el Estado, todo Estado, es completamente ciego. Vemos a jóvenes médicas, venidas de las provincias para curar a los heridos, dormir en medio de un círculo de jóvenes violentos, y están más tranquilas de lo que han estado jamás. Saben que nadie les tocará un pelo. Vemos también una organización de ingenieros dirigirse a los jóvenes de los suburbios para pedirles que defiendan la plaza, que protejan el movimiento con energía en el combate. Vemos a una fila de cristianos hacer guardia de pie para cuidar a los musulmanes inclinados para orar. Vemos a los comerciantes alimentar a los desempleados y a los pobres. Vemos a todos hablando con vecinos desconocidos. Leemos miles de pancartas donde la vida de cada uno se mezcla sin fisuras con la gran historia de todos. El conjunto de estas situaciones, de estos descubrimientos, constituye el comunismo de movimiento. Hace dos siglos que el único problema político es este: ¿cómo instaurar de manera duradera los descubrimientos del comunismo de movimiento? Y el único enunciado reaccionario sigue siendo: “Eso es imposible, incluso dañino. Confiemos en el Estado”.
Gloria a los pueblos de Túnez y Egipto, que nos recuerdan el verdadero y único deber político: frente al Estado, la fidelidad organizada al comunismo de movimiento. No queremos la guerra, pero no le tenemos miedo. Se ha hablado en todas partes de la calma pacífica de las manifestaciones gigantescas y se ha relacionado esa calma con el ideal de democracia electiva que le atribuíamos al movimiento. Comprobamos, sin embargo, que hubo centenares de muertos y que todavía los hay cada día. En muchos casos, estos muertos fueron combatientes y mártires de la iniciativa del movimiento y luego de su protección. Los lugares políticos y simbólicos del levantamiento tuvieron que ser protegidos al precio de feroces combates contra los milicianos y la policía de los regímenes amenazados. ¿Y quién pagó con su vida sino los jóvenes salidos de las poblaciones más pobres? Que las “clases medias”, de las que nuestra inesperada Michele Alliot-Marie dijo que el resultado democrático de los hechos en curso dependía de ellas y sólo de ellas, recuerden que en el momento crucial la continuidad del levantamiento sólo estuvo garantizada por el compromiso sin restricciones de los destacamentos populares. La violencia defensiva es inevitable. Además, continúa en condiciones difíciles en Túnez, después de que se enviara de regreso a la miseria a los jóvenes activistas provincianos.
¿Puede alguien pensar que este sinnúmero de iniciativas y estos sacrificios crueles sólo tienen por objetivo fundamental conducir al pueblo a “elegir” entre Suleiman y ElBaradei, así como en nuestro país nos resignamos lastimosamente a elegir entre Sarkozy y Strauss-Khan? ¿Esa es la única lección de este esplendido episodio? ¡No, mil veces no! Los pueblos de Túnez y Egipto nos dicen: sublevarse, construir el espacio público del comunismo de movimiento, defenderlo por todos los medios, imaginando las etapas sucesivas de la acción, eso es lo real de la política popular de emancipación. Por cierto, los Estados de los países árabes no son los únicos que son antipopulares y, en el fondo, ilegítimos, con o sin elecciones. Pase lo que pase, los levantamientos de Túnez y Egipto tienen una significación universal. Crean posibilidades nuevas cuyo valor es internacional.
© Le monde, 2011.
Trad. Elisa Carnelli.