Angelus Novus

Angelus Novus
Walter Benjamin, Tesis IX

martes, 19 de mayo de 2015

«La traición de los fundamentos, el abandono del “Nunca más”»

Por Constanza Serratore

En el capítulo V del Contrato social Rousseau describe el contrato como:

«Este mismo acto de asociación (que) convierte al instante la persona particular de cada contratante en un cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros como voces tiene la asamblea; cuyo cuerpo recibe del mismo acto su unidad, su ser común, su vida y su voluntad».

Podríamos decir que Argentina tuvo un acto de asociación de todas las personas particulares aquel 15 de diciembre de 1983 cuando Raúl Alfonsín creó la CONADEP. Así nacía la comisión de investigación que tenía como objetivo echar luz sobre los crímenes de la dictadura militar argentina que se extendió entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983. De ese modo, todos sus miembros (Ernesto Sábato, Ricardo Colombres, René Favaloro, Hilario Fernández Long, Carlos T. Gattinoni, Gregorio Klimovsky, Marshall Meyer, Jaime de Nevares, Eduardo Rabossi, Magdalena Ruiz Guiñazú, Santiago Marcelino López, Hugo Diógenes Piucill y Horacio Hugo Huarte) trabajaron con el objetivo de elaborar informes que buscaban demostrar que en Argentina hubieron secuestros, torturas y desapariciones de personas de una manera sistemática. Para mostrar que hubo un plan y un método de criminalidad, recibían denuncias y documentos de los hechos sucedidos en el marco de la dictadura militar.

Este fue el «cuerpo moral y colectivo» que los argentinos construimos en 1983, era un cuerpo único, común, voluntario y vital. Desde mi punto de vista fue, en efecto, la piedra de toque sobre la que se construyó un nuevo Estado soberano, en tanto activo, y que nos tenía a todos los particulares unidos bajo el nombre de «pueblo» o «ciudadanos». Rousseau nos advierte que los ciudadanos somos soberanos en tanto contratantes, pero súbditos en relación con las leyes (nunca en relación con un soberano).

Sin embargo lo que vi hoy fue la desfachatez más absoluta, más extrema. La subordinación más extrema del pueblo al líder para mancillar el lema del «Nunca más» pronunciado por el Fiscal Julio Strassera en el discurso de acusación a las Juntas militares.

viernes, 15 de mayo de 2015

Sobre el ya clásico espectáculo de violencia

Por Constanza Serratore 

El fútbol no es ajeno al gran problema de la falta de “decencia” y lo de anoche en cancha de Boca fue la clara demostración. 

¿Qué significa “decencia”, uno de los pilares de la candidatura de Margarita Stolbizer? Significa no tolerar, denunciar y trabajar para reparar lo que anoche saltó a la vista. Pero desagreguemos el concepto, animémonos a verlo funcionando en la realidad.

martes, 10 de febrero de 2015

«Equidad no es igualdad

Por Roberto Mionis (UNSAM) y Constanza Serratore (UBA - CIF)
 

  1. Presentación del problema:
En los últimos tiempos hemos escuchado en reiteradas oportunidades el uso de los términos «igualdad», «equidad», y muchos otros relacionados. Sin embargo, la cuestión se dificulta toda vez que intuimos que no siempre y no todos los entendemos del mismo modo.
Reaccionamos frente a la idea de que los términos en cuestión pueden intercambiarse, es decir, que son sinónimos, ya que partimos de dos supuestos que queremos defender a lo largo del trabajo.
En primer lugar, frente a la certeza de que se trata de términos plurívocos, hemos querido reconstruir mínimamente su historia para poner en evidencia nuestra posición al respecto. Hicimos, por lo tanto, un pequeño y poco pretencioso rastreo etimológico que tuvo como fin sostener que los términos no son sinónimos ni intercambiables sin consecuencias. En segundo lugar, queremos mostrar que la superposición de los términos no es ingenua, sino que construye un dispositivo que tiene como fin ocultar la cuestión que verdaderamente nos interesa, la desigualdad.
Como última precisión metodológica, decimos que el presente trabajo está organizado en dos momentos. Un primer momento, el arqueológico, y un segundo momento, el económico. La articulación interna del trabajo está dada por la motivación que nos condujo a realizar la presente reflexión: un interés por pensar nuestro presente desde nuestro lugar, es decir, aquí y ahora.

viernes, 9 de enero de 2015

«El ángel de la historia» Por más política.

Por Constanza Serratore
(24 de Octubre de 2013)

El «Angelus novus» es un dibujo realizado por el pintor suizo Paul Klee en 1920. La técnica de tinta china, tiza y acuarela sobre papel nos da, a mi criterio, la idea de un dibujo antiguo, sobre una hoja lastimada. Tal vez no haya sido ésta la intención del autor al elegir la técnica, aún así propongo las categorías de «lo antiguo» y «lo lastimado» para hacer análisis político a tres días de las elecciones de término medio en Argentina.
Este «Angelus novus» de Klee tiene un lugar central en la filosofía contemporánea a partir de las reflexiones de Walter Benjamin en sus Tesis sobre la filosofía de la historia. En efecto, en la tesis 9, Benjamin sostiene:

«Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso».

Se trata de un ángel que mira hacia el pasado aterrorizado, pero que aún así no puede correr la mirada. Antes sus ojos se amontonan las ruinas, una sobre otra, de modo calamitoso. La fecha de escritura apurada de estas tesis es 1940. La guerra había comenzado y nuestro autor no podía evitar mirar hacia el pasado, como el
ángel, tal vez para dar cuenta de los terroríficos años que vendrían en adelante. Estas tesis, así como el análisis que Benjamin le dedica al ángel inspirado en una leyenda judía originaria del Talmud, están plagadas de un pesimismo que se evidencia en la inminente muerte del autor. El 27 de septiembre de ese año, Benjamin muere. Anticipando lo terrible del nazismo, su biografía es la manifestación de lo que no pudo ver con sus propios ojos, pero que sí pudo intuir con su pensamiento.
Ese ángel está también conmovido por el viento, por fuertes ráfagas de viento que lo empujan hacia el futuro. Pasado y futuro no son en la vida de los vivientes, por lo tanto en la política, dos puntos separados dispuestos en una línea del tiempo. Pasado y futuro son distintos nombres que provocan la tensión del presente. Solo hay presente, ese instante en el que volvemos la espalda al futuro para mirar el pasado, pero estamos inevitablemente empujados hacia allí. La historia, no la de los manuales escolares, enseña que esos instantes en los que la temporalidad se ajusta hasta explotar, son los definitorios. Acontecimientos que nos determinan, en los que no prescindimos del pasado y en los que nos vemos obligados a una definición a futuro.
El viento que enreda las alas del ángel se llama progreso. Esa irrefrenable fuerza que nos empuja y no entendemos muy bien de qué se trata o hacia dónde vamos. El progreso, el progresismo, es un concepto de origen capitalista que toma sus fuerzas en la Segunda Revolución Industrial. La idea de progreso es la que empuja a los hombres a trabajar en las industrias para fomentar un mañana mejor que el ayer, como si esto fuera posible tan fácilmente. Como dijimos, el futuro está en estrecha relación con el pasado. Si no, preguntémosle a Benjamin si su muerte en 1940, asustado por el nazismo, no estaba en relación directa con su origen judío. O, tal vez, podríamos preguntarnos por qué nos seguimos sorprendiendo de las atrocidades ocurridas en los siglos XX y XXI. Si efectivamente el progreso nos conduce hacia lo mejor, ¿por qué siguen ocurriendo las calamidades? O, mejor aún, ¿por qué los vivientes seguimos siendo sujetos (en el sentido activo y pasivo del término sujetc) de la violencia? Tal vez, se me ocurre pensar que no es el progreso la respuesta, sino más bien la causa, de los males actuales.
Pensar el pasado y el futuro coincidentes en un instante nos aleja, a mi juicio, de una lectura teológica de la historia. No hay un futuro mejor. No hay un paraíso. No hay una promesa que se cumplirá. No llegará ningún mesías.
Se me cierra el pecho al pensar que esto es así. A veces, prefiero cerrar los ojos porque me angustio. Sin embargo, inevitablemente vuelvo a mirar y lo que veo sigue sin gustarme. Tal vez cada instante que logramos capturar en el parpadeo tiene algo. Ni bueno ni malo, porque no se trata de una valoración moral. Se trata de la realidad ahí, descarnada, desnuda, sin ropaje ¿Cuánto tiempo se puede mantener la mirada frente a eso? Muy poco. Por eso es un parpadeo.
Por ese instante que se vuelve acontecimiento, por ese instante en el confluyen pasado y futuro, por ese instante en el que vale la pena vivir en comunidad, solo por ese parpadeo, es vital que este domingo pensemos hondamente qué vamos a votar. No hay mesías, no hay paraíso. No hay futuro sin pasado, como las ruinas benjaminianas, como los rastros arqueológicos que se encuentran a veces cuando se quieren levantar modernas ciudades, como lo inconsciente descompletando la conciencia.
Pensar que somos sujetos de nuestro futuro y de nuestro pasado. Prisioneros de lo que fue y actores de lo que será, mirando hacia delante y hacia atrás al mismo tiempo, en la doble perspectiva. Sabiendo que no hay un paraíso prometido, sabiendo que estamos en el reino de la tierra donde no caben los salvadores ni los ídolos, ni las promesas vacías que subsumen las almas, pero también los cuerpos, sabiendo todo eso, es imprescindible que escribamos nuestras tesis de la historia como lo hizo Benjamin: con la intuición del pensamiento.
Así, en la tesis 7, Benjamin escribe a propósito de la idea de historia de Foustel de la Coulange:

«Quien hasta el día actual se haya llevado la victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy pasan sobre los que también hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre, en el cortejo triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como bienes de cultura. En el materialista histórico tienen que contar con un espectador distanciado. Ya que los bienes culturales que abarca con la mirada, tienen todos y cada uno un origen que no podrá considerar sin horror. Deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie. E igual que él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el que pasa de uno a otro.
Por eso el materialista histórico se distancia de él en la medida de lo posible. Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo a contrapelo».

Mi escrito es, por lo tanto, un llamado a cepillar la historia a contrapelo. Como sabemos, los que hoy se jactan de las victorias también deberían jactarse de las barbaries del pasado. La victoria de éstos y de sus cómplices, aliados del presente o del pasado, se erige «sobre los que también hoy yacen en la tierra». Cepillar a contrapelo es un llamado para evitar el proceso de trasmisión de unos a otros de un modelo de política y de sociedad que solo construye barbarie en nombre del progreso. Para defender la democracia, por la que tantos literalmente yacen, para defender el conflicto y erradicar el totalitarismo, intuyamos con el pensamiento que nuestro voto el próximo 27 tiene un valor. Su valor es inmanente. Está lejos de las trascendencias de las promesas incumplidas y cerca del trabajo arqueológico que busca la causa de las ruinas y decide no construir sobre ellas, pero siempre mirarlas para no olvidar.
Por más política y menos teología, celebro estas próximas elecciones. En le oxímoron del pensamiento y la intuición, seguramente cepillaremos a contrapelo.

Salud! 

La “vida” y la “política”: Una genealogía del pensamiento político italiano contemporáneo

Un link al dossier que tuve el honor de coordinar sobre filosofía política italiana publicado por revista Pléyade. Artículos de Roberto Esposito, Sandro Chignola y Dario Gentili, entre otros.

http://www.caip.cl/revista-pleyade/ediciones/numero-12/ 

EDICIONES > II SEMESTRE, 2013, NÚMERO 12

Introducción: La “vida” y la “política”: Una genealogía del pensamiento político italiano contemporáneo 

Serratore, Constanza
pdf

Vida biológica y vida política (Bilingüe).

Esposito, Roberto 
pdf

La deriva deleuziana de Roberto Esposito 

Antonelli, Marcelo 
pdf

Regla, Ley, forma-de-vida. Alrededor de Agamben: un seminario (Bilingüe)

Chignola, Sandro 
pdf

El origen de la nuda vida: política y lenguaje en el pensamiento de Giorgio Agamben

D´Alonzo, Jacopo 
pdf

Figuras de la subjetividad: el decir verdadero en la biopolítica contemporánea

Carniglia, Luciano 
pdf

Para una ética sin culpa: Agamben lector de Pasolini (Bilingüe)

Nikastro Honesko, Vinicius 
pdf

Italian Theory: Crisis y Conflicto (Bilingüe)

Gentili, Darío 
pdf

La Potencia de Averroes. Para una Genealogía del Pensamiento de lo Común de la Modernidad

Karmy Bolton, Rodrigo 
pdf

[Reseña] Iván Ávila Gaitán. De la isla del Doctor Moreau al planeta de los simios: La dicotomía humano/animal como problema político. Bogotá: Ediciones desde abajo, 2013.

González, Jannia 
pdf

On Critical Thought Today. An Interview with Wendy Brown

Gioscia, Laura y Gabriel Delacoste

Maquiavelo: Republicanismo radical y poder constituyente (Entrevista a Miguel Vatter)

Sazo, Diego
pdf

“En el reino de los ciegos, el tuerto es rey”

Por Constanza Serratore 
(29 de mayo de 2013)

            Cómo nos hemos convertido en un país en el que los lázaros, los rudis, los fariñas, andan libremente exhibiendo sus autos – como metáfora de las tantas cosas de las que hacen gala- y nadie les pregunta cómo cuernos los han comprado. Cómo nos hemos convertido en el país en el que los mediocres llevan la batuta y los que nos importa un poquito la “cosa pública” terminamos cayendo en el paradigma del dinero mal habido, inspirados por cualquier delincuente y deseando valores para los que no nos fuimos preparando a lo largo de nuestras vidas. 
            En otros términos, cómo y por qué aparecieron estos tipejos y se han convertido en los que fijan la agenda política, ética y estética de un país como el nuestro. Pero, y más importante aún, cómo y por qué nosotros nos maravillamos de sus cosas, nos arrodillamos ante su poder y los endiosamos. ¿Por qué respetar a quién no respeta?, ¿es el respeto la cuestión de fondo? Creo que la respuesta es ambigua. Desde una perspectiva, es afirmativa. Esto se debe a que hemos dejado que los mediocres, los tuertos, avancen tanto en las cosas más pequeñas (como dejar pasar errores u omisiones porque consideramos que “está todo bien”) como en las más importantes (corrupción, robo, asesinatos, persecuciones, censura, ley anti-terrorismo, modificación express de la constitución, etc.).
Tal vez esto es así porque nosotros mismos nos hemos perdido el respeto y, de este modo, el hecho de que cualquiera nos lo falte no es “una gran cosa” –como dice mi abuela italiana-. Allí donde no importa lo nuestro, queda abierto un gran espacio para que los que sí tienen intereses que defender avancen y se planten.
            Así, los mediocres de hoy son como los judeocristianos de La genealogía de la moral de Nietzsche. Hombres débiles, defectuosos, que por sí mismos no hubieran jamás obtenido nada de respeto, pero que han visto el desierto e, inteligentemente, subvirtieron los valores. Convirtieron la corrupción en riqueza que debe ser mostrada, convirtieron la riqueza en El valor, convirtieron el mal gusto de la posesión y la exhibición, lo que avergonzaba a mi abuelo y me avergüenza también a mi, en algo positivo. Claro está, son la nueva élite. Cuántos tienen acceso al dinero del Estado, cuántos negocian con el Ministro de Obras Públicas o con la Ministro de Acción Social. Cuántos viajan con valijas llenas de dinero o tienen acceso a “financieras”.
            Pocos de nosotros, los del llano, entramos alguna vez a una “financiera” y, por lo general, es para cambiar los pocos pesos que pudimos ahorrar y comprar dólares o, peor, para vender los pocos dólares que pudimos juntar y pagar con los pesos las deudas que crecen producto de una inflación al mismo tiempo descontrolada y desconocida por el poder de turno. Nosotros somos los oi poloi –decían los griegos-, los muchos, los más, pero aún siendo los más bailamos al son de la élite de turno.
Pero esto no es nuevo, siempre los muchos han sido sometidos por la élite. La novedad reside en dos cuestiones. En primer lugar, la sociedad está completamente dividida; en segundo lugar, este gobierno pseudo-progresista se apoya en las mayorías electorales y desconoce a las minorías y, por lo tanto gobierna como élite sin reconocerse como tal. En efecto, lo propio de los gobiernos progresistas ha consistido siempre en el apoyo o defensa de las minorías. Este avasallamiento del gobierno so pretexto del 54% tiene más que ver con los gobiernos populistas que con los progresistas, antigua discusión que podemos datar en la diferencia latina de los términos plebs y populus.   
Pero, vamos por partes. En relación con la división de la sociedad, mucho hay para decir. Ciertamente la brecha está entre nosotros, los que no estamos en el poder ni ejercemos ningún poder. No somos ni gobierno ni grupos económicos. Entre nosotros se ha abierto una grieta casi imposible de rellenar. Están los que defienden el modelo más allá de las cuestiones que se les pueda objetar. Estos son los que llamaré “convencidos acríticos”. También estamos los que quedamos absolutamente por fuera del modelo porque somos “críticos convencidos” de que callando y cediendo ante el avance de las élites no se construye democracia.
Pero esta cuestión de la división en la sociedad me lleva a plantear algo más de fondo. En los últimos tiempos hemos leído incansablemente el lema “volvió la política” que intenta significar que gracias al matrimonio de gobierno se ha comprendido que la política no es negociación ni diplomacia. Ciertamente esta afirmación esconde un problema de fondo que, creo, es el gran problema de la década K. Sin necesidad de ponerme técnica, puedo recordar el concepto de política de Carl Schmitt. No es una novedad ni una originalidad traer a colación al jurista del nazismo para entender al kirchnerismo, ya lo han hecho los teóricos de este modelo, Ernesto Laclau y su mujer, Chantal Mouffe. Carl Schmitt entiende la política como el conflicto entre un amigo y un enemigo. En este caso, el conflicto se dirime con la eliminación del enemigo porque no hay lugar para la negociación o la diplomacia.
De este modo, el kirchnerismo enarbola un concepto de política supuestamente alejado de la matriz liberal que se rige por las medias tintas o los puntos medios. Pero la falacia reside justamente aquí, en creer que la única manera de concebir la política como conflicto implica necesariamente la eliminación del enemigo. Única justificación posible del “Vamos por todo” de Cristina.
Mucho antes que Carl Schmitt, y que Laclau por supuesto, Niccolò Machiavelli entendió la política como la lucha entre las partes. Pero esta lucha no era a muerte. Se trata de una lucha en la que una parte avanza sabiendo que la otra se retrae pero no desaparece; la parte vencida aguarda el momento para hacer nuevamente su aparición. De este modo, no hay eliminación del enemigo, y el vencedor lo sabe. Por eso a comienzos del Príncipe el consejo que se le da al gobernante es acceder al principado y luego mantenerlo. La clave de la política, a mi entender, está en la segunda parte del consejo. Sólo puede pensarse la dificultad de mantener el poder si se está en la certeza de que aún habiendo ganado, las partes vencidas pueden hacer una próxima jugada. Sólo una cuestión más para agregar, las partes en disputa son siempre pares, recordemos que Machiavelli –conocedor en extremo de la política y la historia romana- elige el concepto de Príncipe (Primus inter pares) para pensar en el gobernante de la Italia unida.
De todo esto, mucho saben muchos intelectuales que apoyan al gobierno actual y, por supuesto, sus teóricos Laclau y Mouffe. Sinceramente no se cuánto saben Cristina y sus acólitos. La diferencia entre el concepto de política totalitaria de Schmitt y el realismo político de Machiavelli salta a la vista. El alemán piensa en la eliminación del disenso, es más, piensa en la eliminación del disidente. El italiano sabe del disenso y desconfía de las negociaciones, pero también sabe que el vencedor es tal por un pequeño momento de la historia. Saberse vencedor por un tiempo es abonar a la democracia, eliminar al enemigo para ser el único es abonar al totalitarismo. La pregunta sería, entonces, ¿por qué estamos más cerca del alemán que del italiano?   
            En este punto, tenemos que decir que la cuestión de fondo no es ética (en el sentido tradicional del término) sino política. Política entendida como retórica, como intercambio de pares que no se ponen necesariamente de acuerdo; política en tanto se construye a través de la diferencia, gracias al disenso y para la diversidad. Política entendida también como la posición ética que debemos adoptar frente a nuestra actualidad. Como decía Foucault en su célebre ¿Qué es la ilustración? de 1984, se trata del ethos en tanto actitud de interrogación de nuestro presente. Una posición ética dentro de la pólis. De esto se trata la política, a mi entender, por excelencia.
            Entonces, ¿“volvió la política”? No. Jamás estuvimos tan lejos de la política. Parafraseando nuevamente a Foucault, digo que donde hay disenso encontramos la  política, de lo contrario se trata de obediencia.
            Ya sabemos que el partido de gobierno obedece al soberano porque le conviene. Obtiene cosas a cambio. Este es el modo en el que nacen los rudis, los lázaros y los fariñas. Pero ¿por qué parte de los oi poloi, sin obtener nada a cambio, sostienen élites al poder que los dejan al margen de las ganancias? En otros términos, ¿por qué partidos de pseudo izquierda como los que lideran Sabatella o Heller apoyan un gobierno que tiene a Boudou como vicepresidente? ¿Qué hay del progresismo en un partido que vota en el congreso la ley anti-terrorismo?
Ensayo una respuesta, pero estoy segura de que no es la única posible. A mi entender le ganó la ideología a la política. Los que defienden este modelo siguen una idea, de allí el término ideología. Podríamos comparar el concepto de ideología que enceguece actualmente con el concepto de idolatría que denuncia Agustín de Hipona cuando se da cuenta que lo peor que le puede pasar al cristianismo es que los fieles sigan ídolos y adoren imágenes (sí, ya Agustín entendió que le problema político reside en la adoración de los ídolos). Seguir un ídolo, no importa si es a Cristo o a Cristina, nos libera de responsabilidad. Ya no importa cuál es nuestra posición ética en la pólis, solo importa la posición de los ídolos.
            Pero aún no hemos resuelto la cuestión que más llama la atención, y dudo que podamos resolverla cabalmente. Aún así, vale la pena impostarla del siguiente modo: ¿por qué los críticos convencidos cedemos ante el discurso del gobierno?, ¿por qué hemos perdido la conciencia del poder que tenemos? No se por qué, pero sí se que tenemos poder porque, como dicen Machiavelli y luego Foucault, el poder atraviesa las relaciones. Todos podemos. Todos podemos algo. En nuestro caso, hemos perdido de vista el verbo (poder) y no nos ponemos de acuerdo en el objeto (algo). Si entendiéramos que el poder no es sumisión, es decir, aquello que se ejerce de arriba hacia abajo, sino que es la forma en la que nos relacionamos los hombres, seguramente no viviríamos en un reino de ciegos y no gobernaría el defectuosísimo kirchnerismo.
            Este texto es una pequeña reflexión que intenta poner algo de luz a una preocupación de fondo que quiero compartir porque en la soledad de mis palabras, se que no estoy sola.   

“Autoinmunidad: El cuerpo se defiende de sí mismo”

Por Constanza Serratore

Mucho se habla acerca de la inmunidad. Sabemos que es un término polisemántico que se aplica tanto a la noción de la inmunidad médica, como a la de los programas de informática desarrollados para protegernos de los virus o a la idea de inmunidad diplomática o política.  
En el lenguaje de la filosofía política, la categoría de ‘inmunidad’ refiere tanto a la protección como a la negación de la vida. La ambivalencia semántica del término fue rastreada en profundidad en Immunitas (2002) por Roberto Esposito, filósofo italiano contemporáneo que fue parte de los debates filosófico/políticos de los últimos 30 años.
Para el autor, la categoría de inmunidad es la clave hermenéutica de la modernidad. Pero, a diferencia de otros paradigmas de interpretación, la ‘inmunización’ permite atravesar distintos lenguajes particulares (médico, jurídico, etc.) y conducirlos a un mismo horizonte de sentido. Es decir, desde la modernidad a nuestros días, todos los esfuerzos tienden a la protección de la vida (individual o colectiva), aún corriendo el riesgo de que las barreras inmunitarias terminen negando la vida misma.
La inmunidad tiene un pliegue interno: no es lo mismo la inmunidad innata que la adquirida. Si la primera refiere a cierta pasividad en la protección de los cuerpos, la segunda supone la incorporación de dosis no letales del mal del que se busca salvar. En términos médicos, sería el pasaje de la inmunidad natural al de la vacunación surgido con R. Koch y L. Pasteur en el que se supone que la inoculación de la bacteria que produce el mal es lo que salva. Una dosis no letal de muerte para la conservación de la vida.
Pero, ¿qué es lo que protege o niega la inmunidad? La inmunidad se refiere al cuerpo. El cuerpo es el confín dentro del que se desarrolla la vida, es el límite. Muerto el cuerpo, no hay más vida. Por ello, no puede pensarse la vida sin la muerte, ni la comunidad sin la inmunidad: son polos que suponen mutuamente en un movimiento de oscilación pendular.
En términos políticos, no hay comunidad sin algún tipo de inmunidad. Por ejemplo, el aparato jurídico de las sociedades contemporáneas es el dispositivo inmunitario que protege las vidas de los particulares y de los estados. Sin embargo, como ya dije, al mismo tiempo que protege, niega.
Pues bien, ¿qué sucede cuando el sistema inmunológico es alterado? Se corren dos riesgos. Uno es el del contagio, término que recorre todos los lenguajes modernos: los virus informáticos proliferan, las células terroristas asustan porque se teme el contagio, los individuos nos vacunamos preventivamente. La apoteosis del contagio es la inmunodeficiencia, es decir, cuando el sistema pierde actividad y es expuesto a infecciones recurrentes que ponen en riesgo la vida.
El otro riesgo es el de la hiperactividad del sistema, es decir, las enfermedades autoinmunes que atacan los tejidos ‘normales’ como si fueran organismos extraños. En este caso, el sistema inmunitario falla en su capacidad de distinguir adecuadamente lo propio de lo extraño y ataca su propio organismo. Un ejemplo de esta enfermedad es la esclerosis múltiple, que consiste en la aparición de lesiones del sistema nervioso central. Aunque se desconocen las causas, lo cierto es que están involucrados diversos mecanismos autoinmunes que alteran el funcionamiento de la barrera hematoencefálica que se encuentra entre el sistema nervioso central y la sangre causando problemas en las paredes de los vasos sanguíneos. Esta alteración hace que las células T (que coordinan la respuesta inmune celular) ataquen al propio sistema nervioso.
Estas enfermedades llevan en sí misma la máxima paradoja: no se trata de la disminución de las defensas, sino de un exceso vuelto contra sí mismo. Es decir, se dañan a sí mismas en su intención de herir al enemigo, lo que en el discurso bélico podrían ser los ‘daños colaterales’ provocados por la falta de precisión del uso de la defensa. Pero también se trata de una forma disolutiva del propio cuerpo, ya no remisible a una guerra con un enemigo externo, sino alguna forma de guerra civil.
Lo que horroriza de este exceso defensivo que termina volcándose contra el propio cuerpo es la falta de un enemigo externo. No se trata de una guerra tradicional, en el sentido de un pólemos con dos enemigos contrapuestos, sino de un stásis, una fuerza sublevada contra su propia substancia que es capaz de aniquilar todo lo que rodea, inclusive a sí misma. El resultado de este enfrentamiento no es la victoria de alguna de las partes, sino la anarquía, la proliferación irrefrenable del disenso interno.
Aún así, el elemento más relevante de las enfermedades autoinmunes y sus paralelismos con la stásis reside en que el sistema inmunitario procede oponiéndose a todo lo que reconoce, y para reconocer lo otro de sí primero debe reconocerse. Por lo tanto, lo que habría que explicar no es por qué a veces se agrede a sí mismo, sino por qué hay veces que no lo hace. Es decir, hay que explicar la ausencia de autoinmunidad porque la revuelta destructiva de un sistema contra sí mismo es el impulso natural de su función. ¿Acaso el término phármakon no indica al mismo tiempo veneno y remedio?

La dialéctica inmunitaria, como dije al comienzo, es la incorporación de lo negativo; su función autoinmunitaria es el redoblamiento de su fuerza, es la confirmación y la radicalización de que todo será destruido, inclusive el cuerpo que se autodefiende.