Por Constanza Serratore
(24 de Octubre de 2013)
El «Angelus novus» es un dibujo realizado por el pintor suizo Paul Klee en
1920. La técnica de tinta china, tiza y acuarela sobre papel nos da, a mi criterio, la
idea de un dibujo antiguo, sobre una hoja lastimada. Tal vez no haya sido ésta la
intención del autor al elegir la técnica, aún así propongo las categorías de «lo
antiguo» y «lo lastimado» para hacer análisis político a tres días de las elecciones de
término medio en Argentina.
Este «Angelus novus» de Klee tiene un lugar central en la filosofía
contemporánea a partir de las reflexiones de Walter Benjamin en sus Tesis sobre la
filosofía de la historia. En efecto, en la tesis 9, Benjamin sostiene:
«Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a
un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le
tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca
abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la
historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos
manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona
incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera
él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado.
Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y
que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le
empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras
que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es
lo que nosotros llamamos progreso».
Se trata de un ángel que mira hacia el pasado aterrorizado, pero que aún así
no puede correr la mirada. Antes sus ojos se amontonan las ruinas, una sobre otra,
de modo calamitoso. La fecha de escritura apurada de estas tesis es 1940. La guerra
había comenzado y nuestro autor no podía evitar mirar hacia el pasado, como el
ángel, tal vez para dar cuenta de los terroríficos años que vendrían en adelante.
Estas tesis, así como el análisis que Benjamin le dedica al ángel inspirado en una
leyenda judía originaria del Talmud, están plagadas de un pesimismo que se
evidencia en la inminente muerte del autor. El 27 de septiembre de ese año,
Benjamin muere. Anticipando lo terrible del nazismo, su biografía es la
manifestación de lo que no pudo ver con sus propios ojos, pero que sí pudo intuir
con su pensamiento.
Ese ángel está también conmovido por el viento, por fuertes ráfagas de viento
que lo empujan hacia el futuro. Pasado y futuro no son en la vida de los vivientes,
por lo tanto en la política, dos puntos separados dispuestos en una línea del tiempo.
Pasado y futuro son distintos nombres que provocan la tensión del presente. Solo
hay presente, ese instante en el que volvemos la espalda al futuro para mirar el
pasado, pero estamos inevitablemente empujados hacia allí. La historia, no la de los
manuales escolares, enseña que esos instantes en los que la temporalidad se ajusta
hasta explotar, son los definitorios. Acontecimientos que nos determinan, en los que
no prescindimos del pasado y en los que nos vemos obligados a una definición a
futuro.
El viento que enreda las alas del ángel se llama progreso. Esa irrefrenable
fuerza que nos empuja y no entendemos muy bien de qué se trata o hacia dónde
vamos. El progreso, el progresismo, es un concepto de origen capitalista que toma
sus fuerzas en la Segunda Revolución Industrial. La idea de progreso es la que
empuja a los hombres a trabajar en las industrias para fomentar un mañana mejor
que el ayer, como si esto fuera posible tan fácilmente. Como dijimos, el futuro está
en estrecha relación con el pasado. Si no, preguntémosle a Benjamin si su muerte en
1940, asustado por el nazismo, no estaba en relación directa con su origen judío. O,
tal vez, podríamos preguntarnos por qué nos seguimos sorprendiendo de las
atrocidades ocurridas en los siglos XX y XXI. Si efectivamente el progreso nos
conduce hacia lo mejor, ¿por qué siguen ocurriendo las calamidades? O, mejor aún,
¿por qué los vivientes seguimos siendo sujetos (en el sentido activo y pasivo del
término sujetc) de la violencia? Tal vez, se me ocurre pensar que no es el progreso la
respuesta, sino más bien la causa, de los males actuales.
Pensar el pasado y el futuro coincidentes en un instante nos aleja, a mi juicio,
de una lectura teológica de la historia. No hay un futuro mejor. No hay un paraíso.
No hay una promesa que se cumplirá. No llegará ningún mesías.
Se me cierra el pecho al pensar que esto es así. A veces, prefiero cerrar los
ojos porque me angustio. Sin embargo, inevitablemente vuelvo a mirar y lo que veo
sigue sin gustarme. Tal vez cada instante que logramos capturar en el parpadeo
tiene algo. Ni bueno ni malo, porque no se trata de una valoración moral. Se trata de
la realidad ahí, descarnada, desnuda, sin ropaje ¿Cuánto tiempo se puede mantener
la mirada frente a eso? Muy poco. Por eso es un parpadeo.
Por ese instante que se vuelve acontecimiento, por ese instante en el
confluyen pasado y futuro, por ese instante en el que vale la pena vivir en
comunidad, solo por ese parpadeo, es vital que este domingo pensemos hondamente
qué vamos a votar. No hay mesías, no hay paraíso. No hay futuro sin pasado, como
las ruinas benjaminianas, como los rastros arqueológicos que se encuentran a veces
cuando se quieren levantar modernas ciudades, como lo inconsciente
descompletando la conciencia.
Pensar que somos sujetos de nuestro futuro y de nuestro pasado. Prisioneros
de lo que fue y actores de lo que será, mirando hacia delante y hacia atrás al mismo
tiempo, en la doble perspectiva. Sabiendo que no hay un paraíso prometido,
sabiendo que estamos en el reino de la tierra donde no caben los salvadores ni los
ídolos, ni las promesas vacías que subsumen las almas, pero también los cuerpos,
sabiendo todo eso, es imprescindible que escribamos nuestras tesis de la historia
como lo hizo Benjamin: con la intuición del pensamiento.
Así, en la tesis 7, Benjamin escribe a propósito de la idea de historia de
Foustel de la Coulange:
«Quien hasta el día actual se haya llevado la victoria, marcha en el
cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy pasan sobre los que
también hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre, en el cortejo
triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como bienes de cultura.
En el materialista histórico tienen que contar con un espectador
distanciado. Ya que los bienes culturales que abarca con la mirada,
tienen todos y cada uno un origen que no podrá considerar sin horror.
Deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los
han creado, sino también a la servidumbre anónima de sus
contemporáneos. Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a
la vez de la barbarie. E igual que él mismo no está libre de barbarie,
tampoco lo está el proceso de transmisión en el que pasa de uno a otro.
Por eso el materialista histórico se distancia de él en la medida de lo
posible. Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo a
contrapelo».
Mi escrito es, por lo tanto, un llamado a cepillar la historia a contrapelo. Como
sabemos, los que hoy se jactan de las victorias también deberían jactarse de las
barbaries del pasado. La victoria de éstos y de sus cómplices, aliados del presente o
del pasado, se erige «sobre los que también hoy yacen en la tierra». Cepillar a
contrapelo es un llamado para evitar el proceso de trasmisión de unos a otros de un
modelo de política y de sociedad que solo construye barbarie en nombre del
progreso. Para defender la democracia, por la que tantos literalmente yacen, para
defender el conflicto y erradicar el totalitarismo, intuyamos con el pensamiento que
nuestro voto el próximo 27 tiene un valor. Su valor es inmanente. Está lejos de las
trascendencias de las promesas incumplidas y cerca del trabajo arqueológico que
busca la causa de las ruinas y decide no construir sobre ellas, pero siempre mirarlas
para no olvidar.
Por más política y menos teología, celebro estas próximas elecciones. En le
oxímoron del pensamiento y la intuición, seguramente cepillaremos a contrapelo.
Salud!
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